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Los riesgos de salirse del montón
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Por: José Ricardo Bautista Pamplona
Editorialista
Transitamos por un mundo señalado permanentemente por el dedo inquisidor de una sociedad que saborea como bocado de dioses el chisme, la difamación y los ataques hechos a personas que decidieron un día salirse del montón para convertirse en arquitectos de su propio destino.
Sin embargo, salirse del montón puede implicar varios peligros, especialmente si se hace de manera precipitada o sin una planificación adecuada, y a menudo el miedo a ser diferente o juzgado por los demás puede ser un factor que nos lleva a conformarnos con lo que hacen o piensan otros, incluso con aquellas cosas que repudiamos y no estamos de acuerdo.
Pero, pertenecer al montón también tiene sus riesgos y uno de ellos es la ausencia total de creatividad, unida a la falta de oportunidades para desarrollar habilidades únicas o ideas innovadoras, por cuanto caemos de manera precipitada en el hueco oscuro de la rutina y en repetir esquemas donde supuestamente se disfruta de manera cómoda la vida.
Hacer parte del montón nos hace perder la autenticidad, por cuanto nos limitamos solo a seguir las normas y expectativas del común a riesgo de perder nuestra propia identidad. Es ahí cuando nos convertirnos en una versión errada de nosotros mismos que, a claras luces se ve, no es real, fidedigna y menos corresponde a la veracidad de las cuitas ideológicas interiores.
“El que quiere marrones, aguanta tirones” dicen las abuelas para señalar que, si alguien se aventura a hacer algo diferente tiene que someterse a experimentar episodios no tan gratos, que con el tiempo van fortaleciendo esa capacidad de resiliencia, ausente de los acomodados a estar en posiciones de privilegio desde donde observan y disfruta la faena de los osados valientes en la arena.
Uno de tantos ejemplos es el caso de algunos periodistas que, por salirse del montón y hacer reflexiones profundas, son víctimas de un ataque desquiciado por parte de aquellos que de alguna manera se sienten tocados o identificados con el contenido de esos escritos y lo peor aún por los que dan interpretaciones equívocas, distorsionando de tajo el contexto para justificar su perversa y orquestada envestida.
Lo mejor para esos comunicadores sería escribir contenidos «cupido» que no molesten a nadie, o como reza el adagio popular «no pisen callos» para llevar la fiesta en paz, aún y a sabiendas que no comulgan con muchas de las cosas acaecidas en la sociedad cuadriculada a la que pertenecen.
Lo mismo pasa con los intrépidos y soñadores empeñados en ir más allá y saltar la cerca del corral para salir en busca de esos horizontes donde hay mil oportunidades esperando por ellos. Fantasías impetuosas, zafadas de todo croquis y que, por el carácter mismo de su innovación, generan revuelo entre los pesimistas, envidiosos y “buena vida” habituados en aplicar para ellos la ley del menor esfuerzo.
Para estos intrépidos románticos, salirse del montón puede ser la oportunidad de crecer como ser y encontrar su propio sendero, explorando nuevas ideas y formas de pensar, nuevos rumbos que de seguro los llevará a descubrir fortalezas y pasiones épicas, pero eso sí a un costo muy alto donde el sacrificio, la disciplina, el tesón, la tenacidad y la constancia son el común denominador de esas acciones por las que tarde o temprano les pasan la respectiva cuenta de cobro.
Estar por fuera del montón significa tener una gran imaginación, ser capaz de visualizar y perseguir metas ambiciosas o tener una mente abierta a nuevas doctrinas y posibilidades, el soñador inspira a otros y motiva a nuevas generaciones a pensar en grande y apremiar metas extraordinarias que por muy lejanas que parezcan, la perseverancia los aproximará pronto a ellas.
El intrépido, por su parte, es sinónimo de valentía y coraje, porque debe estar dispuesto a enfrentar situaciones difíciles o peligrosas en el entendido que debe lidiar a diario con personajes marañosos expertos en acudir al argumento que sea con tal de verlos caer en el intento.
De ahí la importancia de hallar un equilibrio entre la imaginación y la realidad, porque la imaginación conduce al logro de quimeras colosales y la realidad nos hace entender que, por mortales que somos, debemos soportar las mezquindades propias de la raza humana.
Los del montón opinan, juzgan, califican, cuestionan, manosean, sacan partido de todos y de todo, mienten y dicen haber sido los autores de todas las iniciativas que lleva a cabo el colonizador. Ellos prefieren ser invitados de honor y no anfitriones porque, como dice las sagradas escrituras, están al asecho de las primeras filas donde les aplauden, nombran y ensalzan, aun y a sabiendas de no ser dignos de tal reconocimiento.
El intrépido y soñador salido del montón, lleva a cabo lo que dice, se la juega por sus principios y conceptos, realiza a como dé lugar sus quimeras y cristaliza objetivos, casi siempre en procura de los demás y a costa del holocausto de sus propios lucimientos.
El que no pertenece al montón es capaz de lograr lo imposible, arriesga, calla, repasa y recapacita, perdona, insiste, cae, se levanta, vuelve y cae y eleva la mirada y como la gota sobre el cemento, logra abrirse paso en medio de las espesas moles de incredulidad, vociferación, traición e indiferencia.
De todas formas, salirse del montón puede ser una oportunidad para crecer y desarrollarse como persona, para dejar huella, así sea pisoteada o quiera ser borrada por esos relevos a quienes les incomoda escuchar el nombre y los logros de esos precursores de esperanzas.
Si decidimos tomar este camino, es importante hacerlo con cuidado, con una planificación adecuada, moderando impulsos y bravatas, siendo cautos, inteligentes, desconfiados y eso sí, estar siempre preparados para enfrentar los obstáculos que salen como barricadas por el camino porque, recordemos, que la mala hierba nace y se esparce de manera ágil y silenciosa junto al jardín florecido.