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¿Ni con el pétalo de una rosa?
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Por: José Ricardo Bautista Pamplona
Editorialista
Así nos enseñaron los abuelos, pero lamentablemente la violencia en contra las mujeres sigue siendo uno de los graves flagelos de la casta actual, agudizado de manera pavorosa en los últimos meses, como postal repetida en el mote de noticieros, periódicos o en los avisos repugnantes que invaden las redes sociales.
Es tan aberrante el crecimiento de este fenómeno, que ya existe un extenso catálogo donde se clasifica la agresión en contra de la mujer de diferentes maneras, incluyendo violencia física, sexual, psicológica, emocional, verbal y hasta el asesinato y el intento de homicidio.
Denomínela o clasifíquela como quiera, pero la agresión contra las mujeres es una violación de los derechos humanos fundamentales y debe ser condenada y combatida en todas sus formas; sin embargo, el tema se ha cristianizado como comodín de campañas y ahora hace parte de los mamotretos e informes de quienes justifican tareas y acciones para cobrar cada mes el cheque por sus servicios profesionales prestados a entidades públicas y privadas.
Todo se ha vuelto cuadros, estadísticas, gráficas de cálculo, slogan de campañas, discursos de acalorado verbo, medidores de metas en los planes de desarrollo y eventos pasajeros de los que solo queda la foto para las redes y el manoseo de esas jornadas por parte de los avivatos expertos en sacar provecho del dolor ajeno.
¿Que hay que capacitar y hacer charlas y conferencias? Claro que sí.
¿Que se debe hacer campañas de prevención y propaganda en redes y demás espectros masivos? Diría que también.
Pero la cosa va más allá, porque los episodios de agresión en contra de la mujer son tan repetitivos que el tema amerita de manera urgente un tratamiento distinto, tanto en la prevención como en la rigurosidad de los castigos para los maltratadores y atrevidos émulos de la cobardía.
Existen diversas organizaciones, movimientos y activistas que trabajan incansablemente para abordar este problema y promover la igualdad de género, originando leyes y políticas públicas en muchos países para proteger los derechos de las mujeres y penalizar la violencia. Aún así queda mucho por hacer para erradicar por completo las acometidas contra ellas, más ahora cuando los numerosos casos de embestidas y feminicidios son realmente alarmantes, porque como dicen en la tierra del Quijote, «esto se salió de madre»…
Es importante que la sociedad fomente una cultura de respeto, igualdad y no violencia contra la naturaleza femenina y ésto implica educar a las personas desde temprana edad sobre la importancia de la equivalencia de la especie humana, el consentimiento, la tolerancia y el respeto mutuo.
También es fundamental que las víctimas de violencia reciban apoyo adecuado, incluyendo acceso a refugios seguros, asesoramiento legal y psicológico, así como servicios de atención médica inmediata, protección, seguridad y acompañamiento permanente.
Cómo extrañamos las clases de Comportamiento y Salud que recibiamos en el colegio, donde se nos enseñaba esos valores de los que ahora se mofan y menosprecian los nuevos “sabios y pensadores”, quienes aseguran, de manera errada, que ya no es necesario tales cátedras porque eso va en contra del “libre desarrollo de la personalidad”
Una aseveración falsa que acuñaron a la fuerza los irreverentes para ponerla como escudo y justificar la práctica de antivalores que, como la violencia de género, ha venido carcomiendo, cuál cáncer letal la sociedad, sin encontrar el antídoto que logre combatir tan atroz fenómeno.
Es urgente la revisión y modificación de los articulados de la ley frente a estos casos, porque nadie, y menos una persona que dice impartir justicia, puede justificar bajo ningún argumento que a un agresor se le dé el beneficio de casa por cárcel y menos, se deje en libertad cuando debe estar tras las rejas por el inminente y comprobado peligro que representa para la sociedad.
Además, es esencial que se fomente la denuncia de los asuntos de violencia contra las mujeres y que se garantice una respuesta efectiva por parte de las autoridades judiciales, porque la impunidad y la falta de castigos ejemplares para estos violadores de los derechos humanos contribuyen a perpetuar en el tiempo esta problemática y convertirla, de manera peligrosa, en parte del paisaje.
Las secuelas de las agresiones no solo quedan adheridas para siempre a la piel, sino que además de rondar como sombra y martirio en la conciencia, mal forma el concepto de los infantes que ahora son testigos e invitados a primera fila para observar los puños, patadas y castigos feroces cometidos muchas veces por su propio padre, en contra de su progenitora, hermana o familiar.
Tamaña película de terror la que tienen que presenciar los infantes y tamaño modelo de crianza el que se está dando a los niños en éste y otros países del mundo, patrones que por supuesto se repiten y se heredan tristemente de generación en generación. o más bien en «degeneración»
Un hecho repugnante que no se justifica de ninguna manera y un doble delito que tiene que ser penalizado como merece sin titubeos ni argumentos moralistas por parte de algunos juristas a quienes en ocasiones se les van las luces y resultan premiando al agresor con injustas prebendas que no se compadecen para nada con la realidad de los hechos.
¿En dónde quedó aquella expresión que repetían los abuelos? A la mujer, ni con el pétalo de una rosa.
Reflexión con la que muchos crecimos y nos ha hecho recapacitar, aún en los desafortunados momentos de exacerbación, cuando de repente llegan estas frases sabias para detener el monstruo interior que, de no ser controlado, es capaz de protagonizar repugnantes y escalofriantes episodios de irreparables consecuencias.
Todos tenemos un papel que desempeñar para poner fin a la agresión contra las mujeres.
Esto implica retar los estereotipos de género, promover la igualdad en nuestras relaciones personales, establecer cátedras y espacios académicos en las escuelas para el afianzamiento de valores en los niños, reglamentar de una vez por todas los contenidos tóxicos y agresivos puestos de forma indiscriminada en las redes sociales, educar con el ejemplo y el amor, reformular los articulados de las leyes para castigar de manera efectiva a los perturbados y “envalentonados machones” que se agrandan frente a una mujer, apoyar a quienes han sido víctimas de maltrato.
En fin, son tantas las tareas apremiantes que solo nos queda actuar como lo reza el adagio popular, es decir “manos a la obra” y recordar siempre la enseñanza de nuestros mayores: “A la mujer, ni con el pétalo de una rosa” …